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  • Foto del escritorAriana Malaga

Sobre la relatividad de las momias

Resumen:


Bajo cierto punto de vista, los arqueólogos se llevan una momia para exponerla en un museo y deleitar a la Humanidad. Bajo otro, a una comunidad le es arrebatado un ancestro y este es sometido a sacrilegios. Un pequeño análisis del choque cultural, ejemplificado en qué es una momia para diferentes entidades.


***


Ayer estaba procrastinando en Twitter cuando me crucé con un “hilo” que llamó mi atención. El tema, básicamente, era el derecho de etnias en diferentes lugares de América de mantener los cuerpos de sus antepasados enterrados de acuerdo a sus costumbres y creencias, aun a costa de que estos no puedan ser mostrados en museos como momias. Se entra en detalle sobre el desagrado y hasta profundo rechazo que es experimentado por miembros de estas comunidades al ver a sus antepasados encerrados en vitrinas ante la vista de cualquier turista curioso, examinado, fotografiado, intervenido por científicos, o incluso simplemente dejado olvidado en algún almacén lejos de su tierra, sin que nadie desperdicie ni medio pensamiento en ellos y sea apenas referido con algún número de serie. Se explica que para algunas comunidades esto no solo representa un sacrilegio y un insulto al fallecido, que es reducido a un resto, una momia, un simple objeto de interés científico al que le es arrebatada su condición de humano y no se considera muy diferente a una vasija. El que estos cuerpos sean retirados de su lugar de descanso eterno puede llegar a causar un desbalance en las comunidades a las que pertenece, en caso de que los muertos tengan un rol determinado en la cosmovisión o en la vida social o ritual de la misma.


No deseo entrar en detalle sobre las comunidades descritas o sobre cuáles tienen qué creencia sobre el rol de los muertos o sobre la importancia de los entierros, pues eso alargaría esta reflexión más allá de los que quisiera exigir a los lectores soportar mis primeros intentos en este campo, y más allá de mis conocimientos al respecto. No quiero que se crea que considero a todas las comunidades nativas de América como poseedoras de las mismas creencias, o que generalizo sobre ella.


Me remito, en cambio, a señalar que existen muchas que tienen creencias que le dan un rol importante a los restos físicos de sus antepasados, que chocan con nuestra idea de ya no considerarlos personas tras cierto periodo después de su muerte. Creo que podría ser acertado decir que estos son vistos más como objetos, comparables a otros restos físicos de aquellos que vivieron hace siglos, que como lo que queda de un ser humano que todavía posee, de alguna forma, relevancia y características que podrían ser adjudicadas a una persona. Para muchas comunidades nativas, el exhumar los restos de alguien que haya muerto hace un siglo o más, tendría la misma carga sacrílega que , para nosotros, desenterrar a alguien muerto hace cinco años y dejar sus restos a la vista de cualquier curioso.


El “hilo” en cuestión cuestionaba y lamentaba que muchos restos hubieran sido retirados de sus comunidades sin siquiera preguntarle a sus miembros, y recontaba el malestar que esto generaba en ellos. No era dado a entender explícitamente, pero claramente había un mensaje ligeramente antiimperialista detrás. Los científicos occidentales, con su idea weberiana-desencantada del mundo van a estos pueblos, les arrebatan algo muy importante para ellos pero que, a nuestros ojos, no tendría por qué afectar la vida de nadie vivo. No tiene familiares vivos, nadie lo conoció, murió hace siglos. Bajo su cosmovisión, que imponen al determinar que no están haciendo nada malo en llevarse esa “momia”, no tiene nada de malo.


Por lo tanto, no está mal objetivamente hablando. Su entendimiento del mundo es, implícitamente, más correcto y capaz de determinar qué se debe o no hacer en esta situación que el de nadie más. Bajo ella, no hay ningún problema con llevarnos el saco de huesos extrañamente bien conservado, con alguna relevancia histórica o delicadamente decorado, escarbar en sus huesos por “muestras no invasivas”, someterlos a exámenes y exponerlo en museos para que quien quiera se deleite con ellas.

Es hasta algo positivo: Así la humanidad entera va a poder aprender más sobre la historia de este pueblo en particular, va a gozar del privilegio de contemplar una reliquia precisa de tiempos pasados. En algunos casos especiales, la palabra “patrimonio” sale a la luz. Este cuerpo es ahora de toda la humanidad, parte de nuestra herencia colectiva del pasado, algo especial que merece ser conocido por todo aquel que sea humano. La Historia (con mayúscula) que rodee a este cuerpo no se perderá en el polvo de los siglos pasados, sino que podrá ser apreciada y celebrada por todo el mundo. Hasta se podría decir que se lo ha alzado a una posición ni siquiera privilegiada, sino bien merecida. Se le ha dado la posición que le pertenece en la Historia.


Gente más práctica mencionará, aparte de todos estos grandilocuentes ideales, que el descubrimiento de este cuerpo es bueno para la comunidad en la que haya sido encontrado. Se puede abrir un museo especial para este ahí mismo, y podrían llegar turistas de todo el mundo. Se podrían enriquecer de esto, podrían ser conocidos y ubicados en el mapa. Se hablará de “progreso” para la comunidad, se abrirá al mundo. La vida de los pobladores cambiaría para mejor. Tal vez esto es exagerar un poco, pero podría pasar si el resto es lo suficientemente importante. Probablemente hay que ser más realista. En un país como el mío, puedo decir con relativa seguridad que nada de esto pasaría. Pero, al menos, la comunidad antes olvidada de Dios y del Estado podría ser ubicable en un mapa por algo.


No voy a negar que estos argumentos (más los grandilocuentes que los prácticos, debo decir) convencen a la empedernida occidental en mí. Que creo que los grandes restos del pasado nos pertenecen a todos, que es importante que todos podamos acceder a ellos. Con algo más de egoísmo, debo admitir que despiertan mi curiosidad científica. La Historia me ha resultado siempre apasionante, y si alguno de estos restos pudiera iluminarme más acerca de la vida en nebulosos periodos del pasado, me encantaría poder disponer de ellos con este fin.


Pero mi moral occidental me revela, a su vez, una verdad increíblemente simple. Si algo no es mío, no tengo derecho a llevármelo. Y no estoy muy segura de si podría considerar esos… “huesos” (para evitar alguna formulación que parezca favorecer alguna de las perspectivas) como algo que yo pueda llevarme con libertad. Y no lo hacen. De la manera más intrínseca posible. Me explico.


Imaginemos que voy a con mis argumentos que harían a algún alemán del siglo XVIII sonreír a una comunidad en las montañas americanas. El país no importa, pero, para evitar moverme en algún terreno en el que no esté cómoda, digamos para este ejemplo que es en mi natal Perú. De todas formas, imagino que choques de cosmovisión similares ocurren en la gran mayoría de países del continente. Voy y pido, amablemente pues no soy un gringo del siglo pasado (o bueno, un gringo en cualquier época), que me dejen llevarme uno de sus restos humanos sagrados para examinarlo cuidadosamente y exhibirlo en un museo. Les explico que este resto es un descubrimiento increíble, que cambia lo que anteriormente se creía sobre la cultura que esté siendo investigada. Por lo tanto, estos restos son un Patrimonio de la Humanidad (o al menos de la Nación), y que quiero llevármelos para que todo el mundo pueda aprender más sobre ellos. Elaboro así sobre los exámenes a los que los restos serán sometidos, y sobre los beneficios que le podría traer a la comunidad en cuestión.


No soy tan paternalista como para intentar responder por una comunidad sin nombre. Lo que sí puedo hacer es notar que muchas de las expresiones y los valores que les adjudico, por más que signifiquen muchísimo para mí, no tienen por qué representar nada para alguien que no se haya formado bajo mi idea del mundo. La idea de que existe un Patrimonio, por ejemplo. ¿Por qué esos restos me pertenecerían a mí de alguna forma? Incluso siendo peruana, se podría argüir que yo no pertenezco a esa comunidad y que la persona a la que le pertenecieron esos huesos no fue mi antepasado. Este argumento se vuelve solo más fuerte al considerar que, cuando algo es Patrimonio de la Humanidad, es reclamado como propio por gente de todo el mundo. Para mí tiene sentido. Pero para alguien que no tiene la concepción de pertenecer a un solo grupo con gente fuera de un grupo pequeño que habita una región particular, probablemente le parecería que carece de sentido. Incluso la concepción de una idea tan básicamente aceptada como la existencia de una Historia común que debe ser entendida y completada en su totalidad como si se tratara de una entidad superior es algo que no todo el mundo considera de esa forma. La idea de recolectar estos restos para servirla no creo que sea considerada válida o importante, o el que todos en una región arbitraria de tierra o en todo el mundo compartimos este legado común podría parecer carente de demasiado sentido. Porque incluso nuestra percepción de la Historia es algo formado por una tradición determinada, que gente fuera de la misma no tiene que compartir.


Y quiero evitar ponerme a responder por comunidades que no he determinado o que no conozco, pero pensaría que nuestras concepciones del mundo y de este tipo de conceptos serían para muchos de ellos lo que su cosmovisión es para nosotros: una idea sin base real en la realidad. En algún momento perdimos la perspectiva de que la concepción occidental del mundo no es la única que existe en el mundo. Coexistimos, aparentemente sin notarlo, con grupos de gente que consideran nuestras ideas de entendimiento del mundo como algo desde arbitrario hasta peligrosamente equivocado. Porque nuestra forma de comprender los restos humanos de sus ancestros como meros objetos carentes de una carga personal, que por lo tanto podemos examinar y analizar tan invasivamente como deseemos no es para ellos algo que simplemente sea erróneo. Es, en muchos casos, un sacrilegio con consecuencias negativas para la comunidad y para los perpetradores.


Yo tengo que admitir que no considero que estas momias sean algo más que, bueno, momias carentes de algún tipo de poder o relevancia en el mundo de los vivos. De todas formas, no me siento cómoda con la idea de quitarle a alguien, por más amablemente que vaya a hacerlo, algo que consideren su

protector, guía o sabio por valores que, si bien no comparto, son considerados tan reales como una persona viva.


Puede ser que no crea en los Apus o en la Madre Tierra. Pero puedo entender que existe alguien que cree en ellos con completa seguridad. Y no me incumbe a mí inmiscuirme de ninguna forma en ello. Lo único a lo que puedo aspirar, si es que tengo la mente lo suficientemente abierta, es a comenzar la titánica misión de intentar entender. Y la no tan titánica de no llevarme los símbolos que significan tanto para otra gente bajo la bandera de valores que no significan nada para ellos.




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